Los colonos alemanes no solo levantaron un asentamiento junto a una aldea otomana: marcaron los límites futuros de la Haifa británica y fueron los primeros en subir al monte Carmelo, a un espacio donde hasta entonces casi no había vida urbana, salvo algunos monasterios aislados en las laderas. En ese momento comienza el movimiento de la ciudad hacia arriba, del puerto a la montaña. El hotel del que hablamos apareció varias décadas después de la fundación de la colonia y fue construido por la familia cristiana Eppinger, miembros de la comunidad templaria que estuvo en el origen del asentamiento. El hotel era gestionado por dos hermanas, Christine y Helena, mientras que su hermano, dueño de un taller de carruajes, las asistía en los asuntos financieros y administrativos.
Junto al edificio se plantaron las primeras palmeras washingtonias, altas y visibles desde lejos, que funcionaban como un punto de referencia para quienes subían hacia el Carmelo. Los archivos del Instituto Schumacher en Haifa, dedicado a investigar la historia urbana, describen con detalle la vida cotidiana de la colonia alemana en el cambio de siglo. Las hermanas Eppinger aparecen allí como cocineras excepcionales: el restaurante del hotel era muy conocido y especialmente frecuentado por oficiales británicos, hasta la disolución de la comunidad alemana durante la Segunda Guerra Mundial. En esas mismas salas se reunió durante un tiempo la Comisión Peel, el organismo británico que debatía el futuro reparto de Palestina.
Cuando las autoridades británicas decidieron deportar a gran parte de la comunidad alemana por su apoyo a la Alemania nazi, muchas de sus propiedades fueron nacionalizadas. Algunos años después de la guerra, el hotel fue adquirido por Shmuel Drezner, un judío sobreviviente de la Shoá, y bajo su dirección funcionó durante casi tres décadas. Ya a comienzos del siglo veintiuno, el edificio pasó a manos de una empresa constructora que llevó a cabo una restauración cuidadosa, conservando íntegramente su aspecto histórico bajo la supervisión municipal de preservación patrimonial. Hoy, el interior del hotel mantiene con delicadeza la atmósfera de principios del siglo veinte: baldosas de terracota, barandas de madera, postigos, ventanas y muebles de roble de estilo antiguo. En muchas habitaciones y pasillos todavía se conserva el piso original de la época de la construcción, y en los baños siguen presentes las bañeras clásicas y las persianas de madera. No es una recreación: es una capa auténtica de historia integrada en la vida cotidiana de la ciudad.
Esta guía de Haifa es una caminata por una ciudad hecha de capas superpuestas. Desde una aldea otomana y la colonia alemana hasta el puerto del período británico; desde barrios árabes y el Adar judío hasta el Carmelo y los jardines bahá’ís. La historia acá no se explica: se lee en las casas, en las calles, en los restaurantes, museos y pasajes donde conviven lenguas distintas y miradas diferentes. No es un recorrido de “atracciones”, sino una forma de entender la ciudad como un organismo vivo, con memoria, heridas, intentos de reconciliación y una capacidad poco común de coexistir. Un camino que no solo avanza sobre el mapa, sino que se adentra en la profundidad de Haifa.