Los túneles de Rosh Hanikrá son un lugar poco común donde la leyenda y la historia documentada no se contradicen, sino que se refuerzan mutuamente. La tradición vincula estas cuevas costeras con la campaña de Alejandro Magno hacia el sur, después de la caída de Tiro en el año trescientos treinta y tres antes de nuestra era, porque en ese punto no existía otro paso cómodo entre el mar y los acantilados verticales. No hay pruebas directas, pero la propia geografía hace que el relato resulte convincente.
En el siglo veinte, ese mismo corredor adquirió un valor completamente práctico. En el año mil novecientos dieciocho, los británicos trazaron dentro del túnel una vía para el tránsito motorizado, y en el año mil novecientos cuarenta y dos pasó por allí el ferrocarril que unía Haifa con Beirut y Trípoli. Hasta el año mil novecientos cuarenta y ocho, los trenes circularon por este túnel, conectando Palestina bajo el mandato británico con el Líbano.
Durante la Guerra de Independencia, el túnel fue volado por unidades de la Haganá para bloquear una posible incursión desde el norte, y la línea quedó interrumpida justo en la frontera. Hoy solo se puede recorrer un tramo corto del túnel, que termina en un punto sin salida. Allí se proyecta una película breve, sobria y sin dramatismo, que recorre toda esta historia, desde las grutas naturales y los antiguos pasos hasta el ferrocarril británico y la línea abruptamente cortada. No es una atracción, sino una explicación del lugar, donde un mismo camino, a lo largo de dos mil años, llegó a ser ruta, frontera y símbolo de ruptura.
Rosh HaNikrá es un lugar donde una caminata se transforma en un viaje entre fuerzas de la naturaleza y capas del tiempo. Todo empieza arriba del acantilado, con una vista amplia de la costa y una sensación clara de límite, y después un descenso casi vertical en teleférico te lleva hacia abajo, directo al mar, a las grutas y al ruido constante de las olas dentro de la roca. Te esperan paredes blancas de piedra caliza, cuevas marinas vivas, luz y agua que cambian todo el tiempo el espacio y los colores, y aparece una sensación difícil de explicar, como si la roca respirara al mismo ritmo que el mar. Los túneles hablan de campañas militares, de trenes y de vías cortadas, mientras el sendero costero avanza junto al agua, donde acantilados y olas se alternan y se completan mutuamente. No es una atracción ni un museo, es un lugar que invita a ir despacio, a mirar, a respirar, a escuchar y simplemente a estar.