A esta roca acá la llaman el elefante por una forma que se entiende de inmediato, sin necesidad de explicaciones. Una masa de caliza clara sobresale sobre el agua y hacia abajo desciende un saliente alargado, como una pata o una trompa que se hunde en el mar. Da la impresión de ser pesada y torpe, pero al mismo tiempo equilibrada, como si el animal se hubiera quedado quieto en medio del movimiento y estuviera probando el agua con cuidado.
Desde este punto se ve muy bien cómo el mar va socavando la base. Una línea oscura a la altura del agua marca el nivel del golpe constante de las olas, mientras que más arriba la roca permanece seca y casi lisa. El color verde esmeralda del mar refuerza la sensación, y por momentos parece que el elefante estuviera vivo, que lleva mucho tiempo de pie en este lugar y que se va desgastando lentamente, paso a paso, cediendo al mar.
Rosh HaNikrá es un lugar donde una caminata se transforma en un viaje entre fuerzas de la naturaleza y capas del tiempo. Todo empieza arriba del acantilado, con una vista amplia de la costa y una sensación clara de límite, y después un descenso casi vertical en teleférico te lleva hacia abajo, directo al mar, a las grutas y al ruido constante de las olas dentro de la roca. Te esperan paredes blancas de piedra caliza, cuevas marinas vivas, luz y agua que cambian todo el tiempo el espacio y los colores, y aparece una sensación difícil de explicar, como si la roca respirara al mismo ritmo que el mar. Los túneles hablan de campañas militares, de trenes y de vías cortadas, mientras el sendero costero avanza junto al agua, donde acantilados y olas se alternan y se completan mutuamente. No es una atracción ni un museo, es un lugar que invita a ir despacio, a mirar, a respirar, a escuchar y simplemente a estar.