Estamos parados en un punto poco común por su significado. Desde acá, por carretera, la distancia hasta Beirut y hasta Tel Aviv es casi la misma, alrededor de ciento veinte kilómetros hacia cada lado. Es un recordatorio simple y muy claro de lo cerca que están entre sí los países de Medio Oriente en términos geográficos y, al mismo tiempo, de la distancia política y emocional profunda, casi infranqueable, que los separa. La frontera pasa literalmente frente a nosotros.
En Rosh Hanikrá se encuentra el punto desde el cual Israel considera correcto iniciar la línea marítima de delimitación, basándose en la línea del año dos mil marcada por las Naciones Unidas después de la retirada de las tropas. El Líbano la reconoce solo como referencia terrestre y sostiene que para el mar debe usarse otro punto de partida, lo que cambia el ángulo de la frontera y la distribución de las áreas marítimas. De esa diferencia surgió la disputa por dos zonas clave de gas, Karish del lado israelí y Qana del lado libanés.
El acuerdo del año dos mil veintidós fijó un compromiso. Karish queda completamente dentro de la zona israelí, mientras que Qana pasa a ser explotada por el Líbano, con la condición de compensar a Israel si la perforación alcanza su parte del yacimiento. Así, una solución económica cerró el conflicto más sensible, aunque el punto mismo en Rosh Hanikrá sigue siendo interpretado de manera distinta por cada una de las partes.
Rosh HaNikrá es un lugar donde una caminata se transforma en un viaje entre fuerzas de la naturaleza y capas del tiempo. Todo empieza arriba del acantilado, con una vista amplia de la costa y una sensación clara de límite, y después un descenso casi vertical en teleférico te lleva hacia abajo, directo al mar, a las grutas y al ruido constante de las olas dentro de la roca. Te esperan paredes blancas de piedra caliza, cuevas marinas vivas, luz y agua que cambian todo el tiempo el espacio y los colores, y aparece una sensación difícil de explicar, como si la roca respirara al mismo ritmo que el mar. Los túneles hablan de campañas militares, de trenes y de vías cortadas, mientras el sendero costero avanza junto al agua, donde acantilados y olas se alternan y se completan mutuamente. No es una atracción ni un museo, es un lugar que invita a ir despacio, a mirar, a respirar, a escuchar y simplemente a estar.