Las grutas de Rosh Hanikrá se formaron en el punto de encuentro de dos fuerzas, el mar y la geología. Las rocas de creta y de caliza están dispuestas en capas de distinta densidad, y justamente a lo largo de esas líneas naturales de debilidad el agua del mar fue erosionando la roca durante milenios. Las olas entraban en las grietas, las ensanchaban, desgastaban las zonas más blandas y, con el tiempo, fueron uniendo cavidades separadas en un sistema de cuevas con una extensión total de alrededor de cuatrocientos metros.
Lo que las hace especiales es la combinación entre la forma y la luz. La roca blanca refleja la luz del día, mientras que el agua del mar tiñe las grutas con tonos de turquesa y de azul profundo. A diferencia de las cuevas kársticas secas, estas grutas están vivas: el nivel del agua cambia, las olas siguen trabajando y el proceso de formación no está cerrado, continúa hasta hoy.
Rosh HaNikrá es un lugar donde una caminata se transforma en un viaje entre fuerzas de la naturaleza y capas del tiempo. Todo empieza arriba del acantilado, con una vista amplia de la costa y una sensación clara de límite, y después un descenso casi vertical en teleférico te lleva hacia abajo, directo al mar, a las grutas y al ruido constante de las olas dentro de la roca. Te esperan paredes blancas de piedra caliza, cuevas marinas vivas, luz y agua que cambian todo el tiempo el espacio y los colores, y aparece una sensación difícil de explicar, como si la roca respirara al mismo ritmo que el mar. Los túneles hablan de campañas militares, de trenes y de vías cortadas, mientras el sendero costero avanza junto al agua, donde acantilados y olas se alternan y se completan mutuamente. No es una atracción ni un museo, es un lugar que invita a ir despacio, a mirar, a respirar, a escuchar y simplemente a estar.