Con los siglos de abandono durante las épocas cristiana y musulmana, todo este sector de Cesarea quedó en segundo plano. Pero cuando llegaron los caballeros europeos —hace casi **diez** siglos— el lugar volvió a cobrar otro sentido. Los nuevos dueños de Tierra Santa decidieron aprovechar la bahía, que conservaba parte del antiguo puerto herodiano, y levantaron un pequeño asentamiento medieval de planta rectangular con salida directa al mar. Cada una de sus murallas tenía una puerta que se cerraba por las noches, y al frente cavaron un foso profundo lleno de agua, siguiendo el modelo típico de las fortalezas francesas de la Edad Media.
Según la tradición, el propio rey francés Luis **nueve** participó en la construcción de estas murallas. Había partido hacia Egipto en una cruzada, fue derrotado, cayó prisionero y recuperó la libertad tras pagar un rescate enorme. Años más tarde fue canonizado, y en París se construyó la Sainte-Chapelle, en la Île de la Cité, para resguardar las reliquias cristianas que, según la leyenda, él mismo habría traído desde acá, desde Cesarea.
Frente a la entrada se pueden ver unas arcadas altas que forman parte de la restauración moderna. Antiguamente sostenían la escalera monumental que subía hacia el pórtico del Gran Templo, dedicado a Octavio Augusto, protector de Herodes y de la ciudad. Hoy, bajo esos arcos, se proyecta un breve documental sobre Herodes y su obra en Cesarea, además de funcionar allí un pequeño museo.
En Israel hay nueve sitios incluidos oficialmente en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO, y Cesarea —que hoy aparece en la lista de espera junto con más de mil ochocientas candidaturas de todo el mundo— está camino a ser la próxima. Su encanto único surge de una combinación poco común de historia, arquitectura y un ingenio constructivo realmente excepcional. La ciudad fue pensada y levantada por el rey Herodes el Grande en honor al primer emperador romano, Octavio Augusto, y en poco tiempo llegó a convertirse en uno de los grandes motores económicos del Mediterráneo oriental.
Por sus calles se cruzaron figuras como Poncio Pilato, el rabino Akiva y Luis el Santo, el rey Luis nueve. Distintas épocas y culturas pasaron por aquí hasta que la arena y la sal del mar guardaron durante siglos la memoria de todo lo vivido, como si fuera una cápsula del tiempo, esperando a que los arqueólogos la volvieran a abrir.
Te invitamos a un recorrido lleno de historias y descubrimientos. Vení, viajero: abramos juntos este libro antiguo de la vida y sus huellas silenciosas.