Los primeros navegantes reconocidos en la historia fueron los fenicios. Avanzaban siguiendo las costas del Mediterráneo, fundando puestos y colonias comerciales. Se dice que fueron ellos quienes cruzaron por primera vez el mar hasta la otra orilla —las tierras de Iberia— y que llamaron a esas costas *España* a partir de la palabra *sfina*, que significaba “barco”. Es curioso que en hebreo moderno esa palabra suene casi igual: el fenicio y el hebreo eran lenguas sorprendentemente cercanas.
La costa de Cesarea era, en esos tiempos, una bahía pequeña y ya había sido utilizada por los fenicios. Pero los constructores de Herodes el Grande enfrentaron un desafío técnico sin precedentes: levantar un puerto capaz de recibir los pesados barcos romanos. Lo resolvieron con una audacia y una creatividad ingenieril extraordinarias. En mar abierto hundieron unas estructuras especiales —grandes plataformas con paredes altas y un doble fondo lleno de un polvo de origen volcánico— que, al contacto con el agua, se endurecía como un cemento moderno.
Uniendo esas bases con rellenos de piedra, construyeron un muelle largo y sólido, y un puerto que llegó a ser uno de los más importantes del mundo antiguo. La dársena quedaba dividida en dos —una exterior y otra interior— gracias a un rompeolas intermedio que hasta hoy protege la pequeña bahía de Cesarea. Desde este mismo lugar, parado sobre el espigón actual, se pueden ver los rastros del antiguo puerto que convirtió a Cesarea en uno de los puntos clave del Imperio romano.
En Israel hay nueve sitios incluidos oficialmente en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO, y Cesarea —que hoy aparece en la lista de espera junto con más de mil ochocientas candidaturas de todo el mundo— está camino a ser la próxima. Su encanto único surge de una combinación poco común de historia, arquitectura y un ingenio constructivo realmente excepcional. La ciudad fue pensada y levantada por el rey Herodes el Grande en honor al primer emperador romano, Octavio Augusto, y en poco tiempo llegó a convertirse en uno de los grandes motores económicos del Mediterráneo oriental.
Por sus calles se cruzaron figuras como Poncio Pilato, el rabino Akiva y Luis el Santo, el rey Luis nueve. Distintas épocas y culturas pasaron por aquí hasta que la arena y la sal del mar guardaron durante siglos la memoria de todo lo vivido, como si fuera una cápsula del tiempo, esperando a que los arqueólogos la volvieran a abrir.
Te invitamos a un recorrido lleno de historias y descubrimientos. Vení, viajero: abramos juntos este libro antiguo de la vida y sus huellas silenciosas.